INTRODUCCIÓN

I - EL MONACATO EN LA PROVINCIA DE OURENSE
(Síntesis)

La institución del monacato, presente en varias religiones, épocas y lugares, tuvo en la historia de Galicia una repercusión social y económica, aparte de la religiosa, realmente incuestionable. El monacato cristiano, que es el que aquí floreció, tuvo en Galicia, una influencia y predicamento que, con mucho, desbordó los cometidos espirituales que se le podrían suponer. A pesar de que en el transcurso de los siglos tuvo diferentes épocas y consecuencias no siempre iguales .

Si quisiésemos compendiar las consecuencias resultantes habría que comenzar por hablar de la fundación, de facto, de diversas villas. Si tenemos en cuenta que los primitivos monasterios, en la Edad Media, se establecían en lugares separados y solitarios es fácil deducir que las varias villas que hoy tienen un monasterio en su trazado urbano, es debido a que fueron ellas las que se formaron al amparo del monasterio. Piénsese, por ejemplo, en Celanova que si bien, como dicen las crónicas, su monasterio fue emplazado en una aldea llamada Vilar, tal lugar quedó relegado a un segundo plano ya que no solo olvidó el nombre sinó que su substituto, Celanova, tiene un nombre y una configuración urbana supeditados al monasterio. 0tros ejemplos podrían ser Xunqueira de Ambía, Xunqueira de Espadanedo, Montederramo o Melón.

Otra buena consecuencia fue la repoblación del territorio. Grandes extensiones de terreno, entornos y comarcas enteras, que con el “paso” de los musulmanes habían quedado deshabitadas y abandonadas a la naturaleza fueron ocupadas, colonizadas, trabajadas y cultivadas. Así mismo, a los pocos años, según los reyes de Galicia o de León iban ocupando territorio, eses lugares volvieron a tener presencia humana gracias a los asentamientos de los monjes. A su abrigo irían acercándose nuevas vecindades. Los reyes reconocerían la labor de colonización y ayudarían con la cesión de tierra, prerrogativas y privilegios.

Por otro lado, dada que la intención inicial de los monjes era vivir de su trabajo, no de limosnas, el cual trabajo se concretaba en el cultivo de la tierra, recurrieron -cando sus organizaciones tenían amplio contacto con organizaciones similares de otros lares- a técnicas y procedimientos que no estaban al alcance del labriego común. Ello supuso una actualización de la agricultura. (Se cree que toda la viticultura del Ribeiro actual tuvo su cuna en el monasterio de San Clodio.)

Lo mismo se podrá decir de distintos oficios que recuperaron y propagaron. La idea de los primeros monasterios era la de recrear dentro de sus recintos una especie de ciudad autónoma y suficiente. En consecuencia disponían de todos los servicios de la civilización de la época: herreros, carpinteros, constructores, panaderos, etc.

Del conjunto de profesiones aún podemos destacar, de forma especial, la de amanuense (incluyendo copistas, notarios, bibliotecarios, etc.). Cuando nadie (ni la nobleza) poseía libros y muy pocos sabían leer, en los monasterios tenían valiosas bibliotecas y monjes escribanos. Otra figura reseñable sería la de boticarios y similares (enfermeros, botánicos y herboristas). Más adelante tendrían escuelas y, cuando vinieron nuevas órdenes, hospitales, asilos y albergues.

En los siglos obscuros del Medievo fue en los monasterios donde se refugió la cultura. Allí no solo se practicó la escritura. También se acogió la pintura, la escultura, la orfebrería, el vestuario litúrgico y, cómo no, la arquitectura, esta con distintas épocas y estilos artísticos. De esta última se puede decir que, en la mayoría de los casos, fue el único legado (a pesar de todos sus deterioros y estragos) que nos llegó a nosotros hasta el punto de que, generalmente, cando oímos la palabra monasterio mentalmente la asociamos, exclusivamente, con los edificios.

Con todo, esto que estamos diciendo no deja de ser una visión estereotipada y generalista, pues, a lo largo de los siglos, hubo etapas de realidades muy dispares y, dentro de cada etapa, notables diferencias entre unas entidades y otras. Recordemos de forma sucinta esas diferentes etapas de las que hablamos.

Antes de un monacato colectivo estaban las gentes que vivían, de forma austera y solitaria, dedicadas a la oración. Eran los llamados anacoretas o eremitas. A partir del s. IV, bien porque varios de estos eremitas acordasen asociarse, bien porque se instituyesen de nuevo en la forma colectiva, comenzaron a aparecer comunidades ascéticas de vida en común. Un recuerdo de esos primitivos cenobios lo tenemos en Ourense, concretamente en San Pedro de Rocas. Así mismo procede de esta época la proliferación de eremitorios y cenobios en la ribera del Sil, en la Rivoira Sacrata. En estas originarias comunidades la convivencia estaría regida, unas veces por acuerdos entre los miembros, otras adoptando alguna de las “reglas” entonces existentes. (Una “regla” viene siendo un Reglamento de régimen interior.)

En esa primera etapa de vida monacal se seguían las directrices marcadas por los próximos San Martin (bispo de Dumio en el 556 y de Braga en el 570) y San Fructuoso de Braga (autor de la Regula monachorum, de alredor del 650), o por los foráneos San Pacomio, San Isidoro, San Agustín, etc. Con el paso del tiempo, en los ss. IX y X, posiblemente el reglamento preponderante en estas tierras fuese el procedente de las Reglas y Pactos de San Fructuoso.

A principios del s. VI el italiano Benito de Nursia (San Benito), fundador de monasterios y de la llamada después Orden benedictina, escribió para sus monjes su famosa Regula. Esta se iría extendiendo por toda Europa llegando, ¿como no?, también a Galicia. Aquí, poco a poco, se fue aceptando tanto por comunidades ya establecidas como por otras fundadas de nuevo. Con todo, se estima que la Regla de S. Benito no llegó a Galicia hasta ya entrado el s. XI.

En la primera época los monasterios adoptaban ser de propiedad particular (de la realeza o de la nobleza, que se lo cedían a los monjes), dúplices (es decir, masculinos y femeninos) y, muchas veces, familiares. Así fue hasta el s. XI, pero al principio de este siglo se produjo la chamada Reforma Gregoriana. Esta reguló distintos aspectos de la organización de la Iglesia (por ejemplo, la imposición del rito latino, en oposición al mozárabe o al visigodo que en aquel entonces se utilizaba por estos parajes) y, específicamente, el monacato. En este aspecto se puede destacar la eliminación de las propiedades laicas y de los monasterios dúplices así como la uniformización de las normas internas exigiendo la adopción de la regla de la San Benito en todas las comunidades excepto en las de los canónigos regulares que se habían de regir por la de San Agustín. (“Canónigos regulares” eran los miembros de unas comunidades formadas por canónigos del cabildo de una catedral que decidían vivir en común. En Ourense se dió este caso con asentamientos en Xunqueira de Ambía, Porqueira y Grou.)

El conjunto de novedades (una de ellas fue el sometimiento al obispo correspondiente) trajo quejas, disconformidades y dificultades así como el cierre de monasterios pequeños. La situación se prolongó hasta el s. XII en el que, después de acuerdos y adaptaciones, se acabó consiguiendo un consenso.

Mientras esto pasaba en Galicia, en Francia, concretamente en Citeaux, un monje benedictino reinterpretaba la Regla de San Benito y proponía una nova Orden en 1098, la cual, tomando el nombre de la localidad, se chamaría Císter. Poco después, de la mano de San Bernardo (que había entrado en Citeaux en 1112), esa idea cogería un nuevo impulso y rápidamente se iría extendiendo por Europa. (Antes de esta reforma había habido otra en el 909 en la abadía de Cluny -en la Borgoña francesa-, pero esta, si bien tuvo mucha influencia en otras tierras, en Galicia solo consiguió su implantación en 4 monasterios, ningún de ellos en Ourense,)

Los cistercienses se consideraban seguidores de San Benito, igual que los benedictinos, pero querían aplicar las Reglas en todo su rigor, volviendo al espíritu inicial de austeridad, trabajo y oración. Cambiaron varias cosas e, incluso para que se visualizasen bien los cambios, mudaron el hábito, que era negro, por otro blanco con escapulario negro. De ahí que popularmente se les llegase a conocer como monjes blancos, frente a los monjes negros que serían los benedictinos. También se les conoce como bernardos, en memoria de su principal impulsor.

En Ourense, monasterios benedictinos que ya estaban constituidos solicitaron afiliarse a la nueva Orden. Fue el caso de Santa María de Oseira que, fundado en 1137, se integró en el Císter en 1141. Le seguirían Santa María de Melón, Santa María de Montederramo, San Clodio do Ribeiro y Santa María de Xunqueira de Espadanedo.

Otros continuaron siendo benedictinos. Dentro de estos, pasado el tiempo, destacarían Santo Estevo de Ribas de Sil, Santa Cristina de Ribas de Sil y San Salvador de Celanova.

A comienzos del s. XII surgieron las Órdenes militares. El número de los sus monasterios en Ourense fue mínimo. Con todo la Orden de este tipo con más presencia fue la Orden de San Juan de Jerusalén, conocida también como Orden de Malta. Su actividad principal era la atención de hospitales, especialmente en rutas de peregrinos. Por eso más al norte de Galicia se prodigaron, mientras en la provincia de Ourense estuvo limitado a contados lugares.

A principios del s. XIII se fundaron las chamadas Órdenes mendicantes, básicamente las de los franciscanos y dominicos. Estas Órdenes, a diferencia de las monásticas anteriores, se establecían en las ciudades y su medio de vida sería la limosna (y no el trabajo personal). En Ourense los franciscanos se establecieron en Ribadavia, Monterrei, Trandeiras (Xinzo de Limia) y la capital. Los dominicos en Ribadavia y Ourense.

El siglo XIII fue el de mayor esplendor del monacato histórico gallego, comenzando a decaer en el XIV. En este último siglo y en el siguiente, a un relajamiento de las prácticas religiosas se unió una crisis demográfica y económica de la sociedad. Hubo un descenso de rentas, que afectó también a la nobleza, la cual, muchas veces, no tuvo reparos en extorsionar y coaccionar a los monasterios. Además coincidieron una diminución del número de monjes, problemas con los ayuntamientos, abusos de los comendatarios, la aparición de los “abades comendatarios” (nombrados desde fuera y a veces, laicos), etc. La situación se volvió compleja y, como defensa, se inició una nueva reforma llamada posteriormente la Reforma Observante. Los Reyes Católicos, igual que su predecesor Juan I, trataron de restablecer la vida monástica y obtuvieron en 1487 una bula papal que les autorizaba a gestionar dicha reforma. A resultas de ella, entre otras cosas, se reducen drásticamente el número de monasterios, asociando los pequeños a los más grandes, cuando no cerrándolos directamente, y, sometiendo los que quedan, a unas llamadas Congregaciones, que venían siendo una especie de federaciones de monasterios que quedaban supeditados a una casa central. Todo en una estructura jerárquica que antes no existía. (Aunque los cistercienses sí tenían algo parecido con unas ciertas dependencias.) En el caso de los benedictinos quedaron sometidos a la Congregación de San Benito de Valladolid y los cistercienses a la Congregación de Castilla. Por otra parte los monasterios benedictinos femeninos de Galicia (que ya eran pocos) pasaron a depender de San Paio de Antealtares (Santiago). En la provincia de Ourense fueron Ramirás, Lobás y Sobrado de Trives.

La parte negativa para los monasterios gallegos (benedictinos y cistercienses) fue la pérdida de autonomía y la “castellanización” (por ejemplo en los cargos y nombramientos), pero al margen de eso, y gracias a la unión y a una eficiente administración, las rentas aumentaron de tal forma que las reedificaciones y actualizaciones arquitectónicas dieron los monumentales edificios que hoy conocemos.

En 1540 se crea la Compañía de Jesús, la de los jesuitas. Poco después, en 1556, establecen un colegio en Monterrei y 100 anos más tarde, en 1652, otro en Ourense. Estarían hasta su expulsión de España en 1767.

30 anos después del episodio mencionado en el párrafo anterior se iniciaría en España un largo proceso de ”desamortización” que, si bien tenía distintos destinatarios, a quien más perjudicó fue a las órdenes religiosas regulares. Hubo varias leyes de desamortización, desde la llamada “Desamortización de Godoy” en 1798 hasta la “Desamortización de Madoz en 1856. La de mayores consecuencias para la vida conventual fue la de Mendizábal, de 1836-37. Esta contemplaba no solo las expropiaciones de los bienes sinó también la exclaustración obligatoria e inmediata de monjes y frailes.

Es cierto que el Estado que -a causa de las continuas guerras estaba en bancarrota y, al mismo tiempo, celoso de las propiedades de la Iglesia- obtuvo con las desamortizaciones pingües ingresos, pero, en realidad, la desamortización en general, fue un rotundo fracaso. Teóricamente pretendía una especie de reforma agraria tendente a crear una clase media de labradores autónomos, pero lo único que consiguió fue que una oligarquía acumulase propiedades. Los arrendatarios, simplemente, cambiaron de arrendador y los que nada tenían siguieron teniendo nada. Por contra, una consecuencia bien real fueron las grandes pérdidas de tesoros artísticos y culturales. Con muchas y tristes historias de abandono, desidia, espolio y destrucción.



II – PRECISIONES LINGÜÍSTICAS

La palabra monje (femenino monja) procede del latín monachus, “anacoreta, eremita”. La palabra latina, a su vez, viene de otra griega que significa “solitario”. Entró en el gallego posiblemente a través del occitano antiguo monge. Se aplicó en un principio a aquellos religiosos que vivían solos, sin compaña, dedicados a la oración y a la penitencia y así se les siguió llamando cuando formaron comunidades. Para designar a los solitarios se mantuvieron las voces eremita y anacoreta.

De esa misma familia lingüística son monasterio (grego monasterion), monástico, monacal, monacato, etc. si bien todos estos derivados son cultismos.

Monasterio es el edificio en donde vive una comunidad de monjes, originariamente apartado de las poblaciones. Sinónimos suyos son cenobio y convento, si bien a este respecto es preciso hacer alguna matización. Cenobio tiene el mismo significado, pero, en la práctica, suele usarse (sin que sea obligado) para hablar de un monasterio pequeño. Convento (del latín conventus, -us, “reunión de gente”) por su parte tiene su propia historia. En la Edad Media era el conjunto de los monjes de un monasterio sin contar al abad. es decir, en un monasterio habitaban un abad y un convento, que eran todos os demás. Después, cando vinieron las órdenes mendicantes, las cuales entre sus novedades tenían la de establecer sus residencias en el seno de las poblaciones (no en los páramos), usaron la palabra convento para designar sus casas, sin que por eso perdiese la acepción de comunidad. Fue la misma reacción que la de dar preferencia a la palabra fraile frente al tradicional monje. Fraile ya existía, de hecho los cluniacenses ya la empleaban, pero en cierto modo fue como si se estableciese una especialización: benedictinos y cistercienses eran monjes y franciscanos y dominicos, frailes. Hoy las aparentes dicotomías monasterio/convento y monje/fraile no existen y ambas parejas se usan indistintamente como sinónimos.

Abad (o abadesa) es la denominación de la autoridad máxima de un monasterio. Por debajo de él, como segundo, estará el prior (o la prioresa ), nombre que también le asignaban en la orden benedictina a los rectores de los monasterios (prioratos) dependientes de otro principal. Así mismo se le llama prior al superior de las comunidades de canónigos regulares. (En estos casos la figura del abad está identificada con la del obispo.) La palabra abad, que procede del arameo abba “padre”, a través del latín y del griego, probablemente sea en Galicia un testimonio del alcance y relevancia que tuvo el monacato en estas tierras pués, aún hoy, se le da ese nombre del superior de un convento al cura de la parroquia rural (“o señor abade”).

III – BIBLIOGRAFIA

Las principales fuentes bibliográficas para este trabajo fueron, entre otras, las siguientes:

Os Mosteiros Ourensáns: catálogo exposición Ourense - 1981
Monasterios de Galicia - Hipólito de Sá Bravo - Ed. Everest, S.A. , 1983
El monacato gallego en la Alta Edad Media - José Freire Camaniel - A Coruña, 1998
Mosteiros de Galicia na Idade Media (séculos XII-XV) - Pérez Rodríguez, Francisco Javier - Fundación Caixa Galicia, 2008
Inventario de la Riqueza Monumental y artística de Galicia - Angel del Castillo - Fundación Pedro Barié de la Maza, 2008
Gran Enciclopedia Gallega - Ed. Silverio Cañada - 1974
Historia del monacato gallego - José Luís López Sangil - (artículo pdf) - 2006
http://patrimoniogalego.net
http://onosopatrimonio.blogspot.com
http://turismourense,com
www.turismo.gal

       

© M.D.Q. - Febrero, 2019