CARTA DO MEU FILLO EMILIO      (Nº 2)

A Coruña, Xuño, 2009

Querido papá:
El pasado viernes me porté como un verdadero ejemplo de movilidad urbana: cogí el autobús para ir al Veintiuno a recoger la bici, que la tenía pasando la ITV. La bicicleta es un tema que bien merece unas líneas en www.canedo.eu (dice Mayte que me he vuelto un friki de la bici), pero no va a ser este el tema de hoy. Lo que quería contarte fue una estampa costumbrista que presencié en el autobús. Lo cogí en la Calle Curros Enríquez. El taller de la bici está en la Avenida de Santiago, en los bajos del último edificio que hay en el casco urbano, así que el trayecto duró unos minutos que, en contra de lo que cabía esperar, resultaron muy entretenidos.

Yo iba de pie, observando por puro aburrimiento a los demás viajeros del autobús. A mi derecha iba sentada, de espaldas al sentido del viaje, una monja que andaría entre los 50 y los 70 años (no puedo precisar más). A la monja se le notaba con ganas de charla, y le iba haciendo comentarios a la señora que se sentaba frente a ella. Que si hace calor. Que si falta mucho para el Veintiuno. Que si lleva usted un traje muy bonito, así, azul marino, con su pulserita y todo. A mí es que me encanta el azul marino, es tan elegante (iba ella elengantísima, con falda azul marino, chaqueta azul marino y tocado azul marino). La otra señora, muy educada, asiente y responde con monosílabos.

“¡Anda, pero si dicen la parada por los altavoces!”, dice la monja, y asiente su oyente. “Pero lo dicen en gallego, así que igual no entiendo cuando lleguemos al Veintiuno”. Por el altavoz del autobús acababan de decir “próxima parada: Rúa Vicente Risco. “Es que a mí eso de que todo esté en gallego no me parece bien. Los chicos ahora estudian todo en gallego, y después si se quieren ir a trabajar a Madrid, ¿qué pasa? Que no pueden, porque no saben castellano, sólo saben gallego”. La otra señora decía que sí, que el gallego estaba bien, pero todo en gallego no, que sólo algunas cosas. Y lo decía con un acento y una sintaxis única de ese dialecto derivado del castellano que se habla en Galicia.

El caso es que llegamos a la Plaza de la Marina y la monja se quedó sin auditorio, porque su compañera se tenía que bajar. Adiós, adiós, buen viaje, dijo la monja. El asiento que quedó libre lo ocupó inmediatamente un señor que yo diría que los 80 ya no los cumple. En la misma parada la grúa municipal estaba enganchando en ese momento un coche mal aparcado.

“Veña, carallo, levade o coche, ladróns, que hai que recaudar”. El pasajero nuevo prometía. “Veña que hai que xuntar cartos para que Zapatero siga hundiendo a España”. El comentario remató con un argumento que, cuando se habla de la grúa, no puede faltar: “E logo outros coches que molestan máis, non os levades, que o sei eu”.

Me resultó simpático el señor, y sobre todo ese razonamiento según el cuál la recaudación de la grúa iría a parar a manos de Zapatero, que lo utilizaría en sus oscuros planes para arruinar al país. La monja también sonrió, divertida y complacida, de lo cual deduje dos cosas: que compartía parte del discurso de su nuevo compañero de viaje, y que entendía el gallego perfectamente.

Entonces la monja le preguntó si faltaba mucho para el Veintiuno. Por si alguien ajeno y que no conozca Ourense lee nuestra correspondencia privada, aclararé que el Veintiuno no es una calle, es un barrio, atravesado por una larga Avenida (la de Santiago), que era por donde circulábamos.

¿A que parte do Vinteún vai? ¿A Santa Teresita?
No, yo voy a un colegio que tenemos por ahí. El Divino Maestro. (El conductor del autobús, muy atento, le avisó que era la siguiente parada).
¿Un colexio de monxas?
Sí. Bueno, de monjas y seglares, que entre las chicas jovencitas ya casi no hay vocaciones.
(Gritando) ¡Claro! Porque con Zapatero xa non pode haber curas nin pode haber monxas, nin nada, porque a relixión está perseguida.

La monjita se rió, con cierta condescendencia. Se puso en pie lentamente para acercarse a la puerta, y al pasar junto a su nuevo amigo le tocó suavemente el hombro y le dijo en tono confidencial:

Mire, yo estoy como usted (yo creo que se contuvo para no añadir “hasta los cojones”), pero hay que tener cuidado.

Creo que esto último lo decía refiriéndose a mí, porque se había dado cuenta de que no les quitaba ojo. Debió de pensar que era un espía de Zapatero.

Besos para ti y para mamá.

Emilio

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